domingo, 14 de abril de 2013

Mi profesor ideal


Un profesor que conecte la vida real con lo que enseña dentro del aula. Un profesor que comprenda las necesidades de cada alumno y se dedique a cuidarlas. Un profesor que no busque alumnos ejemplares, sino alumnos motivados. Un profesor que se reduzca a sí mismo unos centímetros para ponerse a la altura de sus alumnos y escuchar lo que su edad demanda. Un profesor que utilice los libros de texto como un medio y no como un fin. Un profesor que sepa mirar más allá, que no se guíe por una actitud simple y cómoda. Un profesor al que no le limite una ideología o política, sino una vocación. Esta no es sólo mi perfecta definición de cómo sería un profesor ideal, sino la descripción de quién quiero ser dentro de un aula. 

Un lugar maravilloso


Una hermosa luz ciega mis ojos azules, obligándome a entornarlos para calmar el intenso dolor de mis pupilas contraídas. El fuerte ruido de la incesante corriente pone la íntima banda sonora a mi encuentro secreto con la hermosa naturaleza. Este recóndito paisaje albergó en tiempos pasados sangrientas batallas y dramáticas derrotas. Valientes caballeros luchaban por recuperar la dignidad perdida, robada. Aquel famoso oficial, dueño y señor de este pequeño pueblo soriano, se apoderó de cada minúsculo rincón, obligando a los humildes lugareños a claudicar sin poder pronunciar una mísera palabra en contra. Ha pasado mucho tiempo desde aquellos recuerdos lejanos. Ahora los renovados sorianos no tienen miedo a mostrar su dulce alegría e incondicional acogida. Sus sabrosas torrijas y su incomparable limonada invaden mi paladar deseoso de guardar esos exclusivos sabores para siempre. El especial olor de sus calles, a duro recuerdo pero dulce presente me deja prendada y rendida a sus sencillos paisajes. Pero lo que sin duda acaba atándome a Soria es el sentido abrazo de sus modestas gentes. El profundo amor e incondicional cariño que expresan sus ancianas manos al encontrarse con las mías. Naturalmente, al mariscal sulfuroso nunca le gustó esto.

El niño con la camiseta de rayas




Recuerdo perfectamente aquel día, era mi quinto cumpleaños. Mis padres me regalaron esa camiseta de rayas azules que aún conservo en mi armario. Me sorprendieron llevándome a la playa a pasar el día. Era la primera vez que veía el mar, que sentía esa agua verdosa, salada y fría rozando mis pequeños pies. Ella estaba a mi lado, dándome la mano, como siempre. También era la primera vez que ella se dejaba empapar por las fuertes olas. Ella aparece en cada uno de mis recuerdos. Me hacía sonreír a cada instante. Era la persona más divertida que he conocido nunca.

Mi memoria aún me deja viajar a cuando era aún más pequeño, quizás tendría tres años y medio, y los dos nos escapamos juntos al supermercado de al lado de mi casa a comprar unas gominolas. Ella no podía comerlas, yo lo sabía, pero cuando me miraba con esos ojos tan dulces no podía resistirme y me sentía incapaz de llevarle la contraria. Tenía los ojos más expresivos que he conocido nunca.

Después de que cumpliera cinco años, vinieron otros muchos cumpleaños y eventos en los que ella se encargaba de preparar, con sus propias manos, mi tarta favorita. Cuando pasé de Educación Infantil a Educación Primaria, fue incluso más especial para ella que para mí, porque odiaba el colegio en el que estudiaba. Cuando pasé de Educación Primaria a Educación Secundaria, recuerdo cómo caían las lágrimas por sus ojos al oírme decir “Me voy al instituto”, que además, estaba más cerca de su casa. Cuando acabé el Bachillerato y tomé la decisión de empezar una carrera universitaria, fue uno de los momentos más importantes de su vida. Ella, siempre presente con sus tartas, endulzando cada momento. Tenía las mejores manos que he conocido nunca.

Ahora, mientras estudio para ser maestro, ya no está físicamente a mi lado, pero no puedo dejar de acordarme de ella. De su apoyo incondicional, de sus risas, de su mirada, de sus tartas. Ahora, mirando mi camiseta de rayas azules, guardada en mi armario, pienso en aquel momento en el que mi abuela y yo vimos la playa por primera vez.